CARTA ARQUEOLÓGICA




ANOTACIONES A LA CARTA ARQUEOLÓGICA DEL TÉRMINO MUNICIPAL DE PUENTE GENIL
                                                                                                                                                         
Luis Alberto López Palomo


Introducción.



El grado de investigación arqueológica llevado a cabo en el término municipal de Puente Genil ha permitido situar sobre el mapa una serie de lugares sobre los que se ha venido especulando una y otra vez, en bibliografía de muy diversa índole, acerca de los horizontes históricos que con más evidencia deben estar representados en dichos lugares, generalmente a través de sus contextos superficiales.

Con muy escasas excepciones (Castellares, Fuente Álamo, La Mina, Cerro Baranas, proximidades de Cordobilla, Castillo Anzur y poco más) dichos contextos se refieren en exclusiva a material mueble, cerámica en los casos más frecuentes y los reiterativos hallazgos metálicos que los buscadores incontrolados han venido aportando abrumadoramente durante las tres últimas décadas, acompañados de una información sobre su procedencia que hay que tomar con reservas.

Las excepciones anteriores, en cambio, presentan o han presentado a lo largo del tiempo la evidencia de contar con estructuras arquitectónicas emergentes que describen una secuencia que abarca desde la Protohistoria a la Edad Media. Estructuras que, como en el caso de Fuente Álamo han sido tema recurrente a la hora de explicar la presencia romana en la zona y que, como es el caso de los Castellares, se han convertido en protagonista inevitable de cuantos estudios se han planteado sobre historia local o Castillo Anzur que ha inspirado la heráldica municipal y ha sido traído y llevado tanto en la historiografía local como en estudios de más amplio margen.

Sin incurrir en excesivos maximalismos, se puede afirmar que en lo referente a investigación arqueológica de las tierras de Puente Genil está casi todo por hacer. Lo cual no es excepcional en el panorama general de la comarca.


 Las reflexiones recientes (LÓPEZ PALOMO, L. A. 2002 y 2004) ponen el acento sobre esta realidad que, a la hora de redactar el presente documento no ha cambiado.

Esta afirmación no excluye alguna investigación muy concreta en yacimientos clave del término (Fuente Álamo y Castillo Anzur) que han provocado la curiosidad de propios y ajenos y que en fechas recientes han experimentado actuaciones de mayor rigor científico que el resto de la nómina.

La curiosidad histórica por la arqueología pontanense no es cosa de última hora. Incluso es probable que no sean los momentos presentes los de mayor efervescencia, aunque no cabe duda que es en la actualidad cuando existe un posicionamiento más decidido por parte de las administraciones respecto a la conservación del patrimonio local,  lo que tampoco ha impedido el que en fechas recientes se haya descontrolado bastante la cuestión y no se hayan evitado agresiones importantes al patrimonio arqueológico. Y, como ejemplos que surgen de inmediato, los ataques por parte de incontrolados al yacimiento del cerro de las Gaseosas o el destrozo del asentamiento calcolítico de la Fuente del Lobo del que únicamente nos han llegado informaciones orales y los materiales que ha conseguido recuperar el Museo Municipal, a los que me refiero más adelante.

A impulsos de hallazgos de desigual entidad o de la inquietud histórica de eruditos locales y/o nacionales la arqueología del Pontón de don Gonzalo, primero, y de Puente Genil, después, ha estado presente en la obra de estudiosos desde el Renacimiento a la Ilustración. Y desde la segunda mitad del siglo XIX, inspirada en un ambiente no exento de un cierto romanticismo trasnochado, se genera una corriente de opinión por parte de una élite intelectual de ámbito local aunque conectada con los grandes centros de la cultura nacional que pone sobre el papel una realidad de la arqueología pontanense que, al cabo de más de un siglo, sigue siendo válida en lo tangible aunque sea necesaria una revisión a sus planteamientos epistemológicos de entonces.




Un pequeño grupo de la burguesía culta pontanense bajo el estímulo de individualidades como don Agustín Pérez de Siles y don Antonio Aguilar y Cano genera una corriente de opinión en la que encontramos otros nombres como don Antonio Morales, don José Carvajal, don Manuel Pérez de Siles y probablemente alguno más que mantuvieron propuestas sobre la arqueología local que encontraron mejor acogida en instituciones centrales que en los organismos provinciales.

Pérez de Siles y Aguilar y Cano representan para Puente Genil, como lo fue Valverde y Perales para Baena, una aportación valiosa al conocimiento de la historia local con carácter diacrónico aunque con un marcado acento hacia los temas de la arqueología y la Historia Antigua. La obra escrita de estos estudiosos (PÉREZ DE SILES, A. y AGUILAR Y CANO, A., 1874, reed. 1984, AGUILAR Y CANO, A. 1899, reed. 1985) se basa en un estudio riguroso, aunque en algunos aspectos acomodaticio, de las fuentes históricas y en los yacimientos arqueológicos más significativos del término de los que Fuente Álamo y Castellares constituyen tema preferencial de la arqueología pontanense, al igual que en la actualidad.

En el primero de ellos llegaron a excavar, poniendo al descubierto una serie de mosaicos de los que trasladaron información y dibujos a la Real Academia de la Historia de la que fueron miembros. Mosaicos que quedaron al descubierto y fueron degradándose poco a poco, algunos de cuyos restos hemos alcanzado a ver quienes nos hemos acercado a estos temas hace más de tres décadas.

Los Castellares fueron objeto de un estudio monográfico por parte de Aguilar y Cano que recoge el estado de la cuestión hasta su época (AGUILAR Y CANO, A, 1899)  con un análisis amplio de las fuentes, de la geografía histórica del lugar y de los restos que aún permanecían emergentes a mediados del siglo XIX o sobre los que pervivía un recuerdo en grabados, alusiones de eruditos locales, literatura epistolar o simplemente en la memoria colectiva.

Con este estudio se empeña Aguilar y Cano en traer a tierras de Puente Genil las ruinas de una ciudad como Astapa, que se menciona en la obra de Livio en relación con los acontecimientos de la Segunda Guerra Púnica y que se recoge en la historiografía con el calificativo de “heroica”, a la altura de Sagunto, Numancia o Calagurris, y en su obra late la sensación del agravio comparativo que supone el no haber tenido en la historia nacional la misma resonancia que las anteriores. La obra de este historiador, como la mayoría de la de sus coetáneos locales, exhala el aroma romántico de hacer entroncar a su tierra natal con las urbes que han escrito su nombre en el libro de la historia.

La preocupación de aquella élite local decimonónica por la valoración de lo próximo les llevó a abrigar la pretensión de constituir en Puente Genil una Sociedad Arqueológica con reconocimiento oficial. Los señores Pérez de Siles y Aguilar y Cano mantuvieron una correspondencia fluida con la Real Academia de la Historia a la que informaban regularmente sobre los hallazgos que se producían en las tierras de Puente Genil, de los que nos han llegado algunos dibujos de mosaicos y registro mueble que han desaparecido.

La aportación de esta erudición local al conocimiento de la carta arqueológica de Puente Genil se tradujo en una relación de yacimientos descubiertos por ellos mismos o trascendidos de una bibliografía previa con una toponimia que en algunos casos se sigue manteniendo y en otros ha pasado al olvido. Nombres como Molino de Castillo Anzur, Los Arroyos, La Pimentada, Las Mestas, El Chato, Fuente de los Peces, Hacienda de San Cayetano, La Rentilla, Fuente Álamo, Castellares y algunos más son el reflejo de una realidad arqueológica sobre la que prácticamente no se ha perdido la memoria y que por su secular conocimiento evidencia la escasísima investigación de campo que se ha realizado en el término.

Con esta base, el grupo de la burguesía  preocupado por la historia local abrigó la esperanza de constituir en Puente Genil la aludida Sociedad Arqueológica que la Real Academia de la Historia recondujo hacia la constitución de una Subcomisión de Monumentos, similar a la que existía en Mérida (MAIER, J. y SALAS, J. 2000, p. 25), lo que no dejó de ser una pretensión sin precedentes ni consecuentes en la política cultural de Puente Genil que reflejaba una inquietud por el patrimonio local que contó con el apoyo de las instituciones de ámbito nacional y que al final se resolvió con un litigio entre Puente Genil y Córdoba.


Pretensión que, a pesar de lo desproporcionado en comparación con lo que ocurría simultáneamente en localidades con un patrimonio arqueológico similar, estuvo a punto de cuajar dada la aquiescencia de la Comisión Mixta Organizadora de las Provinciales de Monumentos que se expresaba en el sentido de que “La Comisión mixta de reglamento y atribuciones de las comisiones provinciales de monumentos históricos y artísticos, en cumplimiento del acuerdo de esta Real Academia  tiene la honra de informar acerca de la creación de una comisión especial en la villa de Puente Genil, provincia de Córdoba, con vistas de las comunicaciones que han mediado sobre este presente, 1º que se juzga respetable y hasta cierto moralmente obligatorio el compromiso contraído por esta R. Academia con su individuo correspondiente y demás personas de la mencionada población a quienes  se trasmitió el acuerdo de nuestra Corporación por el que se les indica la conveniencia de sustituir el pensamiento que habían sometido á la aprobación de esta Real Academia, de establecer una Sociedad Arqueológica en aquella villa por el de constituir en ella una subcomisión semejante a la que se había organizado en Mérida…”  (Documentación R.A.H.: CACO/9/7951/40(4))

Al final el proyecto no cuajó por el informe negativo de la Comisión Provincial que manifestó que “varios vecinos de la villa de Puente Genil proyectan formar una asociación con objeto de practicar excavaciones y formar un pequeño Museo arqueológico: y por más que este pensamiento tenga la ventaja de acrecentar algún tanto la afición de las antigüedades tiene también inconvenientes tales, que exceden  á dichas ventajas.- Esta Comisión cree que la asociación que se proyecta en Puente Genil no deberá contar con la aprobación, ni mucho menos con la protección de la Real Academia de la Historia 1º por que previéndose en el Reglamento de las Comisiones que habrá una de estas en cada provincia, sería antirreglamentaria la existencia de dos.- 2º por que la existencia de dos Comisiones, cada cual trabajando para su localidad, haría irrealizable lo que con tanto acierto se previene en las disposiciones generales de dicho Reglamento.- 3º por que si hubiesen varias Comisiones en una Provincia ya no sería ninguna de ellas Provincial, sino todas de distrito.- 4º por que no teniendo Puente Genil razón alguna especial que justifique su proyecto, se despertarían iguales deseos en otros pueblos de la Provincia.- Y últimamente que no parece se debe esperar de aquella asociación estabilidad, por que , según tiene entendido esta Comisión , todo ello es una llamada de entusiasmo ocasionada por los brillantes resultados obtenidos recientemente por esta Comisión en la villa de Fuente Tojar.- En vista de todo lo cual esta Comisión acordó en su sesión extraordinaria de 17 del actual, suplicar á ese centro desestime, como inconveniente, la petición que probablemente se le hará en el referido concepto”  (Documentación R.A.H. CACO/9/7951/40 (1).

Pero ahí quedó para siempre la singular pretensión de la población culta de Puente Genil a mediados del siglo XIX que, como puede advertirse, dio al traste por una infravaloración o por un juego de intereses de la Comisión Provincial.

Las inquietudes arqueológicas de la villa, que se materializaron en una literatura decimonónica local, contribuyeron al conocimiento de la carta arqueológica de Puente Genil, aunque no es menos cierto que contaron con una base de conocimiento en los historiadores anteriores, con un punto de partida en la obra de Ambrosio de Morales en el siglo XVI (MORALES, A, 1575), un desarrollo notable en obras éditas e inéditas durante el siglo XVIII (LÓPEZ DE CÁRDENAS, FLÓREZ, MARIANA, RUANO, y otros) más alguna aportación indirecta de historiadores de ámbito nacional de la primera mitad del siglo XIX (CEAN BERMÚDEZ, J.A. 1832) o más o menos coetáneos de los eruditos pontanenses y que aluden a yacimientos locales (OLIVER Y HURTADO, J. Y M., 1866, p. 45).

Quizás el afán de exaltación de la tierra natal suscitara en los historiadores de Puente Genil un sentimiento de agravio del destino al comparar las viejas raíces de poblaciones cercanas (Estepa, Aguilar, Montilla, etc) con la corta historia de la villa, que no va más allá del siglo XIII, y ello en estrecha dependencia con la Casa de Aguilar.

 Quizás por eso se obstinaran en buscar en el término orígenes más remotos, en un momento en que el Pontón de don Gonzalo se había fusionado con Miragenil para constituir la villa actual que desde mediados del siglo XIX inicia un proceso de desarrollo con el paso del ferrocarril, la instalación de la luz eléctrica y la creciente industrialización que acentúan unos rasgos de progreso y un contraste con los pueblos más ruralizados del entorno. En definitiva, estaban seguros del futuro pero había que buscar el pasado.

Y esa búsqueda  se va a centrar, como la mayor parte de la historiografía local de la época, en la identificación de algunos de los yacimientos más significativos con ciudades antiguas desaparecidas o más o menos ignotas cuyo recuerdo ha pervivido en los textos de los historiadores latinos o en la epigrafía.



Las bases históricas de estas identificaciones se incardinan en los grandes acontecimientos de la antigüedad, en las descripciones de la geografía antigua o en la red viaria que Roma trazó en la provincia Betica. De suerte que irrumpen con sospecha sobre su localización en tierras pontanensas urbes como Astapa, Ventipo, Carruca, Angellas y Oningis,  generando una polémica histórica que pervive hasta la actualidad y que en estricta valoración del problema aún no ha sido resuelta.

Sin pretender tomar posiciones personales sobre esta polémica ni sobre las fuentes de inspiración de la misma es necesario reconocer al menos que ha sido Astapa la que ha revestido mayor protagonismo desde los tiempos de Ambrosio de Morales que fue quien decidió traerla a Puente Genil, concretamente a los Castellares, como argumentaré ampliamente (una gran parte de la información bibliográfica antigua que se analiza a continuación procede de la selección de textos que Aguilar y Cano incluye en su monografía sobre Astapa) .

Seguiré la discusión historiográfica sobre las urbes antiguas que hipotéticamente se han situado en tierras de Puente Genil, en el mismo orden en que se produjo el proceso histórico.

La ciudad de Astapa en la obra de Livio y Appiano.

La reivindicación histórica que tradicionalmente se ha venido haciendo de la ciudad de Astapa en tierras de Puente Genil, justifica que se aborde desde un trabajo como el presente el análisis historiográfico que se ha generado en torno a dicha urbe, sin que se pueda dar por resuelta la polémica planteada.

La repercusión que la Segunda Guerra Púnica tuvo en la Turdetania contó como uno de sus episodios más apasionados y apasionantes el asedio y expugnación de Astapa por los romanos.

Allí se manifestó ese espíritu de independencia y libertad de los indígenas hispanos que con mayor énfasis aparece en los relatos de la Antigüedad con motivo de los asedios de Sagunto, Numancia o Calagurris. En  Astapa Roma tomó contacto con la feroz resistencia urbana que el elemento ibérico ofrece como consecuencia de su secular filopunicidad.

Fue el encuentro de la estructura latina enfrentada a una etnia en la que el sustrato púnico latía ancestralmente lo que  provocó el gran impacto bélico que nos relata Livio. La sensibilidad tribal de los turdetanos, alentada por una influencia atávica del mundo fenicio se oponía de una manera natural a la sumisión a la nueva corriente uniformizadora que representaban las legiones romanas que acababan de liquidar en la batalla de Ilipa la influencia del antagonismo cartaginés

Y el acontecimiento más sintomático de esa oposición tuvo lugar en una de las muchas urbes indígenas de la Andalucía protohistórica. La resistencia de Astapa frente a Marcio fue el preludio de la otra resistencia más famosa en la Historiografía latina. La similitud entre el asedio de Astapa y el de Numancia y su diferente tratamiento en las fuentes escritas ha producido perplejidad en parte de la erudición que se ha ocupado del tema, y se ha explicado como consecuencia de la admiración que este pueblo sentía hacia la heroicidad de los pueblos vencidos.

Y ha sido precisamente el impacto que la valentía de los astapenses produjo en la sensibilidad latina lo único que nos ha transmitido el nombre de su ciudad, puesto que ni la epigrafía ni la numismática han proporcionado documento alguno que nos hable de su existencia.

El primer texto latino alusivo a esta urbe lo tenemos en la obra de Livio quien dedica los capítulos XXII y XXIII del libro XXVIII de las Décadas a relatarnos la resitencia de Astapa frente a Marcio:
Marcius superato Baete maní, quem incolae Certim appellant, duas opulentas civitates sine certamine in deditionem accepit. Astapa urbs erat, Carthaginiensium semper partis; neque id tam dignum ira erat, quam quod extra necessitates belli praesipium in Romanos gerebant odium nec urbem aut situ aut munimento tutam abebant...ferrum ignenque in manibus esse...atque haec tamen caedes ad ímpetu hostium iratorum...correpti alii flamma sunt, alii ambusti adflatu vaporis, cum receptus primis urgente ab tergo ingenti turba non esset. Ita Astapa sine praeda militum ferro ignique absumta est...

Appiano de Alejandría, más escueto, se limita a recopilar las informaciones anteriores sin añadir nada nuevo. Traslada al griego las referencias de los escritores y la versión latina de lo referente a Astapa es la siguiente:
Astapa autem oppidum, Carthaginiensium semper partis... describe el asedio y concluye: Marcius, Astapensium virtutem adminiratus, ab aedificiorum excidio abstinere milites iussit.

Estas referencias literarias constituyen un hecho de excepción en la documentación histórica sobre las ciudades antiguas de la campiña sevillano-cordobesa, partiendo de la localización en este ámbito de la ciudad de Astapa. Con excepción de Astigi, capital del  Conventus iuridicus, el resto de las urbes, cuando aparecen citadas en los textos es de manera breve, como referencias generales de todo un entorno geográfico.

En cambio Astapa ha merecido un relato extenso que además tiene como argumento un hecho glorioso que se incardina dentro de las grandes virtudes. Heroísmo, espíritu de independencia, desprecio de la propia vida, rechazo a cuanto suponga un orden nuevo aportado por elementos extraños y la tradicional xenofobia hispánica, que han sido exaltadas por la Historiografía.

Este trasnochado afán por poner de relieve los valores patrios y por otra parte la obsesión por buscar los solares de las urbes famosas de la antigüedad, a veces impulsado por un inconsciente chauvinismo , ha hecho que la ciudad de Astapa sea mencionada en la bibliografía con bastante más detenimiento que sus vecinas coetáneas.

Efectivamente, la investigación que se ha realizado sobre este lugar desde los tiempos de Ambrosio de Morales reviste caracteres excepcionales en comparación con la parca documentación bibliográfica del resto de los topónimos.

Sin llegar al espectacular despliegue de elucubraciones que se han hecho en relación con Munda, la ciudad de Astapa ha sido una de las más ampliamente consideradas por parte de la erudición, de cuantas integraron la geografía antigua de la Bética.

Y el punto fundamental de esta bibliografía ha girado en torno a la discutida identidad Astapa-Ostipo y en consecuencia de la problemática localización de la primera.



Los  dos puntos en conflicto en cuanto a la localización de Astapa,
 según la historiografía.


***





La polémica sobre esta localización ha tenido como sustento básico dos opiniones contrapuestas en orden a la identificación del solar de esta urbe indígena en la localidad de Estepa o en el lugar denominado los Castellares, del término de Puente Genil, aparte de otros criterios menos compartidos.

El momento de iniciación de esta divergencia se sitúa en época renacentista, coincidiendo con la tendencia erudita por los estudios clásicos, en el siglo XVI.

El ilustre cordobés Ambrosio de Morales, que fuera cronista del reinado de Felipe II, se basa en fuentes históricas que  no cabe duda contrastó con la realidad de su época, para aventurar una reducción contundente de la heroica Astapa al lugar que en el siglo XVI era conocido  como “Estepa la Vieja, que está dos leguas apartada de la villa que es agora en la ribera del río Xenil hazia el lugar que llaman la puente o el pontón de Don Gonçalo”.

Es en la obra de Morales (MORALES, 1575) donde encontramos por primera vez una alusión clara y terminante a Astapa, partiendo de una reducción concreta que niega opiniones anteriores, que no cita: “Algunos han querido decir que Plinio  hizo memoria della, y que es el Ostippo, que pone en la jurisdicio de la chancillería de Ecija. Y la vecindad que tiene agora Estepa con esta ciudad, no estando mas de tres leguas della, hazia la parte de Ossuna por donde tendia aquel territorio, ayuda a creer esto”

Niega el cronista el valor toponímico de la semejanza de nombres, que es lo que más se ha usado para la equiparación de Ostipo-Estepa: “sin que aya otra cosa que favorezca esta opinión: pues la semejanza esta tan extrañada en el Ostippo. Esta semejanza del nombre tiene persuadido comúnmente,  que la Astapa de Tito Livio es nuestra Estepa de agora”.

Encuentra poco valor demostrativo para la reducción de Estepa en el dato del paso del Guadalquivir por los ejércitos romanos desde Castulo antes de la sumisión de Astapa (Marcius superato Baete...) “puesto que estando Guadalquivir tan cerca de Castulo, y tan apartada de allí Estepa por mas de veynte leguas, no tiene mucha  fuerza esta razon”.

Y con la intención de acercar la fuerza del relato a su propósito enfatiza las alusiones del texto latino a las características topográficas de la ciudad : nec urbem aut situ aut munimento tutam habebant, y propone como argumentación contraria a la topografía de Estepa y a favor de la morfología de los Castellares el que “algo mas eficaz es dezir Tito Livio, que la ciudad de Astapa no era fuerte en si sitio natural ni estava fortificada por arte. Y tal es el sitio de Estepa la vieja, que esta dos leguas apartada de la villa, que es agora, en la ribera del rio Xenil hacia el lugar que llaman la puente o el ponton de don Gonzalo”.

El topónimo “Estepa la vieja” que nos transmite Morales, corresponde al lugar que en la actualidad se conoce con el nombre de “Los Castellares” de Puente Genil, y así es como ha seguido apareciendo en la bibliografía posterior.

Morales justifica la inclusión aquí de la Astapa de Livio en razón de los vestigios arqueológicos que se ofrecían en su época y de acuerdo con la topografía del lugar, que es evidente conoció de visu,  donde “aparecen rastros de antigüedad, y el sitio es llano, y bien conforme a lo que Tito Livio del representa” y niega netamente la otra atribución puesto que “esso no es la villa de Estepa que agora vemos, sino bien alta y enriscada, sin que se entienda, quando se despoblo y destruyo la otra para pasarse a esta: pues claramente dize Tito Livio, como agora no fue destryda”.

Persudido el cronista de su hallazgo yerra al decir que “solo se ve claro, como la Estepa de agora es cosa nueva, sin señal de aver sido población antigua” y justifica el hallazgo de objetos antiguos en esta ciudad “porque las piedras escritas y esculpturas, que alli vemos :sabese que fueron traydas del otro sitio antiguo, y de aquellos campos de por alli”.

Con estas argumentaciones, ciertamente no demasiado demostrativas, el humanista cordobés sentó las bases para una de las reducciones de ciudades antiguas que más discusión han planteado en la Geografía de la Bética, extrañandose de “como no ay mencion de ella (Astapa) en ninguno de los cosmographos antiguos” (MORALES, 1575, folio 81 vuelto).

Pero si el peso de la demostración no fue excesivamente contundente y además no se revistió de ningún dato positivo y de irrevocable peso, como hubiera sido la presencia de epígrafes o monedas, la extraordinaria entidad del yacimiento de “Estepa la vieja” y el peso de una tradición fosilizada fueron determinantes para que la erudición posterior acogiera con cierto calor las teorías del cronista de Felipe II y sus razonamientos encontraron eco en la literatura histórica coetánea y posterior.

Con ello se sientan las bases de una corriente de opinión que tiende a trasladar al yacimiento pontanense las ruinas de la heroica ciudad.

La obra del Padre Mariana, el jesuita que fuera llamado el “Tito Livio de los españoles”, se hace eco de la misma opinión e, impresionado por el holocausto de los astapenses, sitúa las ruinas de la ciudad en “la Ribera del Rio Xenil, no lejos de la ciudad de Ecija, y de la de Antequera”. Ausencia de precisión que, no obstante, puede entenderse como la localización ya apuntada en “Estepa la Vieja”, volviendo a especular con idéntica hipótesis de la fundación de Estepa por un traslado de los despojos de la destruida urbe: “de Astapa se cree averse fundado Estepa, pueblo conforme en el apellido, y distante de aquellas ruinas una legua solamente” (MARIANA, 1601, II/XXIII).

En esta misma línea está opinión de Juan Fernández Franco, cuya obra nos es conocida  a través de los comentarios que le hace el Cura de Montoro (LÓPEZ DE CÁRDENAS, J.J., sin fechar).

El Licenciado Franco se inclina claramente por la misma identificación que Ambrosio de Morales. Sin embargo en las anotaciones que introduce su comentarista en el texto “Antorcha de la Atigüedad” se aprecian contradicciones que contrastan con la claridad de que normalmente hace gala este autor.

Así en el capítulo VII “De las antigüedades de Estepa”,  después de la relación de ciudades del Convento Astigitano, al referirse a Ostipo se limita a dedir Franco que “no hay duda, sino que Estepa es la que nombra Plinio Ostipo: pues el mismo nombre la denota”. Y por su cuenta observa López de Cárdenas que “El Licenciado Franco quiere, que la Estepa de hoy sea la Ostipo de Plinio, y la Astapa de Tito Livio sin mas inductivo que el vestigio de su nombre”.

Estas observaciones suponen una clara distracción del Cura de Montoro, que no se sabe de dónde saca estas conclusiones sobre las que continúa insistiendo: “El Padre Maestro Florez...conviene con Franco en que Ostipo fue Astapa, y ambos Estepa”.

En este juego de palabras parece encerrarse una contradicción del clérigo montoreño puesto que a continuación añade que “no conviene en la topografía de la antigua, reduciendola à el sitio actual, que Franco con Morales reduce a la orilla de el Genil poco mas abaxo de la Puente de Don Gonzalo en la vanda contraria, ò à el medio dia”.Y volviendo sobre sus fueron continúa empleando la misma argumentación, haciendo cada vez más oscuro el texto, insistiendo :”Con todo, yo no me atrevo a subscribir con el Padre Florez y con Franco à que Ostipo y Astapa sean una misma cosa, ni menos à que la actual Estepa fuese la antigua Astapa”.

Con toda esta verborrea intenta en cura de Montoro rectificar una opinión de Fernández Franco que no vemos por ningún sitio del texto que él mismo comenta. Recurre a la topografía que se desprende del relato de Livio: “nec urbem aut situ, aut munimento tutam habebant” para negar una vez más la identidad de Astapa-Ostipo, desautorizando la opinión del Padre Flórez y parece ser que de Franco: “En este concepto es necesario remover à Astapa de Ostipo, reconociendo la diversidad de estas dos poblaciones antiguas”.




Y resulta más inverosímil esta obstinación de López de Cárdenas en desmentir una afirmación que en ningún momento fue hecha por Fernández Franco, quien en el siguiente capítulo del texto dice claramente que el sitio de Astapa “lo entiendo mejor dos leguas de Estepa en el llano y cerca de el Rio Genil, media legua mas abaxo de la Puente de Don Gonzalo y cerca de las aceñas, que dicen de el Alcaide”.

Es incluso más elocuente en la descripción del lugar que conoció directamente y alude a la existencia todavía en su época de restos de fortificaición, “los cuadros de las torres, y los muros, que muy bien todavía se conocen”.

Y esta circunstancia de la existencia de murallas no fue sin embargo suficientemente ponderada en el siglo XVI cuya erudición se obstinó en resaltar que la ciudad de Astapa estaba en sitio llano y sin defensas (aut situ aut munimento), lo que hubiera resultado de más difícil explicación el acomodar esta población a un emplazamiento amurallado.

Después de esta localización monta Fernández Franco una hipótesis sobre el destino de los astapenses que, tras la destrucción de su ciudad se pasarían “a este sitio fuerte, en que agora se halla la Villa de Estepa”.

Probablemente sea ésta la causa por la que el Cura de Montoro atribuye a este autor la identificación de Astapa con Ostipo y, por tanto, con Estepa, entendiendo por ciudad no sólo lo que constituye el recinto urbano sino más bien lo que integra su masa poblacional.

En la anotación XXV que introduce López de Cárdenas, aclaratoria del texto de Franco, desmiente esta transposición de gentes de un lugar a otro y advierte que los epígrafes hallados en Estepa deben pertenecer a la antigua Ostipo, que no tendría nada que ver con Astapa “porque estando allí Ostipo Pueblo conocido, y distinguido de los Romanos, no hay razon, para atribuir a otra población las piedras que tiene en posesión de tiempo inmemorial”, y niega una vez más el traslado de población “porque haviendo sido Astapa destruida, y muertas todas sus gentes à el cuchillo, y à el fuego en la entrada de los Romanos en la Betica, no hay motivo para decir, que se trasladò à la otra parte un pueblo aniquilado”.



En definitiva, el Cura de Montoro, aun discrepando en lo accesorio, acepta lo fundamental de la reducción hecha por Franco y Ambrosio de Morales e incluso advierte de la antigüedad de la localidad de Estepa, que pasó inadvertida a este último, añadiendo por otra parte claros elementos de identificación de las ruinas de Astapa: “á la vanda Meridional de el Singilis (hoy Genil) media legua mas abaxo de la Puente de Don Gonzalo, y de el lugar de Miragenil”.

Gran prospector este arqueólogo del XVIII, actualiza los datos topográficos aportados por Franco con alusiones de su observación directa: “Las aceñas del Acayde no existen hoy, y están por alli las Huertas que denominan de San Juan”, topónimo éste que se conserva en la actualidad.

El hecho que sensibilizó a la historiografía española desde el Renacimiento fue sin duda el asedio y la heroica resistencia hispánica frente al elemento invasor, y esto se encuentra suficientemente elocuente en el relato sobre Astapa. De ahí el que toda la erudición posterior repitiera una y otra vez la narración de esta hazaña y mostrara su extrañeza en que el heroísmo astapense no haya sido exaltado a la altura de Sagunto o Numancia.

De esta forma vemos cómo se monta una hipótesis sin excesiva apoyatura, basada en una especulación que hace fortuna. Las “ruinas de Astapa”, después de las  observaciones de Morales y Fernández Franco han sido colocadas, aunque no de forma unánime, en el yacimiento de “Los Castellares” o “Estepa la Vieja”, como podrían haberse ubicado en algún otro de los yacimientos próximos de caracteres similares.

Sin embargo no todos los textos que `poseemos del XVIII son igualmente tajantes en la descripción de esta ciudad. El P. Enrique Flórez, a pesar de las argumentaciones de López de Cárdenas, se mantiene mucho más cauto en sus opiniones. Saca a colación la hipótesis de Harduino “quien quiere  que Ostipo sea la Astapa de Livio y Apiano”, Menciona el estudio de Wefeling sobre el Itinerario de Antonino para indicar que no se muestra partidario de la identidad de Astapa-Ostipo, aunque tampoco “da razon en contra”. No acepta Flórez una postura demasiado resuelta en cuanto a esta equivalencia de ciudades o la distinción de ambas, aunque se muestra más inclinado hacia lo primero “pues mientras un mismo autor no mencione los dos nombres, se puede deducir la variedad de los copiantes”  (FLOREZ, E. X/78).



En definitiva, se observa en este autor una actitud prudente que no incurre en  identificaciones terminantes pero que parte del dato inequívoco de que Astapa estaba en la Bética “pues para ir à ella desde Iliturgi, y Castulo era preciso pasar aquel rio”  (se refiere al Betis).

La fecunda producción que el espíritu crítico de los intelectuales del siglo XVIII determinó, se materializa en una relación relativamente extensa en la que las alusiones a Astapa son frecuentes, con desigual atención en su contenido, tanto en obras publicadas como en manuscritos inéditos.

Así, además de en los libros de López de Cárdenas, Mariana y Flórez, encontramos alguna cita más o menos incidental en el libro del P. Ruano sobre Córdoba. No se complica mucho este autor en la polémica sobre la localización de la ciudad, a la que considera en Estepa sin mayores averiguaciones. La paraleliza con otras urbes heroicas en cuanto a sus murallas y dice someramente que “Notorias son también las defensas de Estepa, Ulia, Ategua y Córdoba contra los ejercitos de Marcio, Pompeyo y Cesar”  (RUANO, P.  Ms. 1760).

Bastante más elocuente se muestra el P. Alejandro del Barco en su manuscrito sobre Estepa. Conforme con la identificación de Astapa en el despoblado de “Estepa la Vieja”, “cerca del Rio Singilis (hoy Genil) dos leguas distante de la actual Estepa”. Acepta por tanto la primera reducción hecha por Ambrosio de Morales, a quien no menciona, y por Fernández Franco contra quien se lanza, al igual que hiciera el Cura de Montoro, en una negación absoluta de la supuesta traslación de la población astapense superviviente al “sitio mas fuerte y ventajoso, y con el nombre de Ostipo”. Disiente asimismo de la opinión de Flórez en su “España Sagrada” y quiere advertir una “retractación paliada” en la obra de este mismo autor sobre las “Medallas de España” en la que presupone también  la aludida reedificación “por ser el campo fértil, cerca del río Genil y confinante con el de Ventipo” (BARCO, A. del, 1994, p. 43.  En la edición actual se comprueba la exactitud, en la recogida del texto manuscrito en 1788 efectuada por Aguilar y Cano).

Existe pues una polarización clara entre los eruditos del siglo XVIII acerca de la localización de Astapa. Es casi unánime la opinión de situarla en el lugar conocido como “Estepa la Vieja” y que hoy conocemos con el nombre de “Los Castellares”.

Sin embargo, pese a la reiteración dieciochesca por diferenciar la Astapa de Livio de la Ostipo de Plinio no se consigue un acuerdo posterior, incluso se llega a curiosas interpretaciones como la de Ponz en su recorrido por España en que no se aclara situando en un momento la ciudad en Estepa, mientras que en otro desmiente a toda la historiografía anterior para afirmar que “no me parece que Astapa la que se ha tenido por tal, y ahora llaman Estepa...sino este pueblo de Estepona... y no fue la Astapa que han creído con Morales otros célebres anticuarios”  (PONZ, A., 1792, T. XVII, pp. 192 y ss).

En el siglo XIX, la recopilación de Cean Bermúdez mantiene la dualidad y deja Astapa “en la orilla meridional del Genil, hacia la villa de la Puente de Don Gonzalo” (CEAN BERMÚDEZ,  J. A., 1832, pp. 309-310),  incurriendo en la misma conjetura del traslado de población .

Y hacia la misma identificación con Los Castellares se orienta el documentado estudio de los hermanos Oliver que dan por sentada dicha reducción al referirse al “punto más elevado de los alrededores (que) es el de Estepa la Vieja, donde yacen tendidas las ruinas de la antigua y memorable Astapa”  (OLIVER Y HURTADO, J. y M., 1861, p. 276).

Es toda una corriente de opinión generalizada a lo largo de tres siglos de interpretaciones que, aunque no de forma unánime, tiene una tendencia clara a considerar el famoso yacimiento pontanés como las ruinas de la Astapa ibérica, de filopunicidad hasta sus últimas consecuencias.

Toda esta tradición historiográfica es recogida de forma magistral por los investigadores locales don Agustín Pérez de Siles y don Antonio Aguilar y Cano, quienes generan una bibliografía en la que hay que destacar la monografía de este último (AGUILAR Y CANO, A, 1899), de donde proceden en parte los datos anteriores, que consigue convencer a muchos sobre una cuestión que no considero aún resuelta, hasta el punto de que en las viejas ediciones del Mapa Topográfico Nacional no aparezca en nombre de Castellares y sí precisamente el de “Ruinas de Astapa”


De tal forma, que hay un antes y un después de la obra del historiador de Puente Genil, y de otras poblaciones en las que ejerció su actividad de Notario (Estepa, Campillos y Málaga), que debe sintetizarse en una versión pontanensa para el escenario del episodio de los astapenses y otra versión estepeña que es la que tiene mayor unanimidad en las grandes síntesis contemporáneas sobre las que no vamos a extendernos (LÓPEZ PALOMO, L.A. 1996), con independencia de otras versiones que rompen el esquema, como la de Corzo que se lleva la ciudad nada menos que a Sierra Morena o a la Meseta (CORZO SÁNCHEZ, R., 1975).

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La obra de Aguilar y Cano sobre Astapa  supone el mayor alegato a favor de la identificación de una urbe antigua, partiendo de un análisis de los textos históricos, historiográficos y de la información arqueológica que no por riguroso deja de ser un tanto acomodaticio y quizás apriorístico. Las insistencias de Aguilar y Cano, basadas en argumentaciones bien montadas, consiguieron convencer a la opinión pública aunque no a la historiografía posterior (Schulten, Roldán, Tovar, etc). Y entre esa opinión, curiosamente una gran parte de la población culta de Estepa.

Es sin duda esta ciudad ibérica, en a que latía secularmente un sentimiento filopúnico,  la que se lleva la palma en la interpretación historiográfica de la geografía antigua de las tierras de Puente Genil. Aliada de los cartagineses, su resistencia frente a los romanos en la conquista del Valle del Guadalquivir queda reflejada en la obra de Livio con los caracteres épicos muy del gusto de la historiografía romántica. Sus habitantes levantan una pira en la plaza pública y allí se arrojan junto a sus enseres, pereciendo ferro ignique (por hiero y el fuego), lo que ha dado pie a la interpretación histórica actual (MALUQUER, J. Hª. Esp. M. Pidal....) para deducir la existencia de espacios públicos en las poblaciones turdetanas y por consiguiente considerarlas como ciudades sensu stricto.


Geografía del Bellum Hispaniense en la zona de Puente Genil. Ventipo y Carruca-

A pesar del cierto complejo de “modernidad”  que normalmente se respira entre la población de Puente Genil, considerando a esta población ausente de raíces históricas y resultado de una evolución urbana de hace tres días, una erudición histórica desde el siglo XVIII ha aludido reiterativamente a zonas concretas del término, cuando no al propio pueblo, como asiento de viejos núcleos de población de los que se mencionan en las fuentes históricas.

El Pontón de Don Gonzalo, primero, y Puente Genil, después, ha estado presente en la bibliografía histórica de eruditos de muy diversa índole que, teniendo como base la reducción de tal o cual ciudad de las que han dejado huella en los textos históricos latinos, no han dudado en situar algunas de ellas en tierras de Puente Genil.

Ello generó una polémica que tuvo como base el análisis de los textos históricos o epigráficos y su contraste con la dispersión de  los yacimientos arqueológicos más destacados del término. Polémica que en la actualidad no está definitivamente resuelta, aunque algunas de las reducciones carecieron en absoluto de fundamento.

La reflexión sobre esta polémica, que tuvo como protagonistas a poco más de media docena de eruditos, nos dará idea de la visión que tuvieron sobre el Pontón de don Gonzalo los estudiosos de antaño, que se empeñaron una y otra vez a hacer partícipe al pueblo y sus alrededores de acontecimientos importantes de la Historia de Occidente y crearon un ambiente en algunos casos de sobrevaloración de la arqueología local, que culmina en el siglo XIX con las figuras de Pérez de Siles y Aguilar y Cano.

Los hechos históricos que más movieron la curiosidad de los eruditos fueron la conquista romana de la Bética, la Guerra Civil césaropompeyana y la red recomunicaciones romanas en la Bética. Y como consecuencia de tales hechos aparecen en escena unas poblaciones que, a veces sin justificación alguna, han sido traídas a tierras pontanensas pero que, en cualquier caso han otorgado un protagonismo a Puente Genil.

En relación con los acontecimientos inmediatamente anteriores al desenlace de Munda encontramos en la escena bélica la ciudad de Ventipo

Las fuentes latinas mencionan esta urbe en la Naturales Historia de Plinio y en el Bellum Hispaniense.

En este segundo texto se sitúa en la ruta cesariana de seguimiento de Cneo Pompeyo tras la batalla de Soricaria: “Insequenti tempore Ventiponem oppidum cum oppugnare coepisset, deditione facta iter in Carrucam, contra Pompeium castra posuit” (Bell. Hisp. XXVII, 27). Después (César) asedió la plaza fuerte de Ventipo, y conseguida su rendición, se dirigió a Carruca y acampó frente a Pompeyo (CASTRO SÁNCHEZ, J, 1992,  pp. 56 -57).

Esta descripción supone una progresión militar hacia el sur que no contradice su identificación en el lugar conocido como Atalaya de Casariche, hacia donde la epigrafía ha polarizado claramente el topónimo.

Tanto la topografía de este yacimiento como las inscripciones  avalan  cualquier posición razonable a la localización de Ventipo.

Los dos epígrafes con el locativo Ventipo (CIL II, 467 y 468), que no consideramos necesario transcribir aquí son contundentes en su localización en Casariche y, concretamente la primera de ellas, “En el sitio o aldea llamada Vado García... camino de la Puente de Don Gonzalo”.

Pero fue la mayor entidad del Pontón de Don Gonzalo y la casi equidistancia de la Atalaya entre ambas poblaciones actuales, la que ha aproximado la ciudad romana a Puente Genil.

El proceso de reducción actual del topónimo Ventipo  a su ubicación correcta ha pasado por pintorescas interpretaciones durante el siglo XVIII, con alguna no menos curiosa alusión en los siglos anteriores, como la de Rodrigo Caro que incurre en la identificación de Ventipo con Basilipo, basándose en un texto del Hispaniense en el que se dice: Eo die Pompeius castra movit en contra Spalim in olivito condtituit (aquel día Pompeyo trasladó su campamento y lo levantó en un olivar frente a Spalis). Al confundir esta Spalis, que debe tratarse de un error donde tal vez debería decir Ipagrim, con la Spalis o Spalim (Sevilla) llevando el relato a las inmediaciones de la capital andaluza.





En el siglo XVIII, a pesar de la existencia de una mayor abundancia bibliográfica y probablemente de una prospección mayor, tampoco se consigue fijar la situación real de Ventipo y se origina una erudición eclesiástica que tiende a llevar el solar de esta urbe a la Puente de Don Gonzalo.

En esta identificación incurre el Padre Ruano en el II tomo de su manuscrito sobre la Historia de Córdoba donde reiterativamente insiste en ello, llegando a afirmar que “En estos tiempos ya no se puede dudar que la ciudad de Ventipo es la villa de la Puente de Don Gonzalo, la cual tomó este nombre por el antiguo puente, que tiene sobre el Xenil, construido en aquel sitio desde los tiempos de los Romanos, como lo demuestran sus cimientos, aunque después se haya reparado muchas veces, por el qual en nuestro juicio passaron los dos exercitos de Pompeyo, i Cesar” (RUANO, F., ms. 1760, libro segundo pp. 272 y 272 vuelta).

Con este texto y  algunos otros de semejante inspiración el ilustre clérigo da por sentada una realidad sin fundamento identificando sin más a Puente Genil con Ventipo, incluso en el índice geográfico que contiene su obra en el que se dice: “Puente de Don Gonzalo, Villa del Obispado de Cordoba, llamada antiguamente Ventipo y hace pasar por el puente que da nombre a la villa a los ejércitos romanos antes del episodio de Munda.

Así se crea un error posiblemente inspirado  por otro de los curas ilustrados del siglo XVIII como el P. Enrique Flórez que reincide en lo mismo (FLOREZ, E. 1753) afirmando que “la situación de este lugar (Ventipo) fue junto al llamado hoy la Puente de Don Gonzalo, que parece conservar algo del nombre antiguo, y está sobre el río Genil, antes de llegar a Ecija, como prueba una inscripción, que se conserva à la otra parte del río en Casaliche... la cual piedra se encontró a media legua de Casaliche camino de la Puente, en un sitio que llaman Vado García...y siendo esto cercano à la villa de la Puente de Don Gonzalo, reducimos alli la situación”.

El insigne historiador se conforma con fijar su atención sobre la población mayor de las que rodean el lugar de los hallazgos epigráficos y, pasándole inadvertida la presencia de la Atalaya inmediata, opta por una identificación toponímica absolutamente errónea, en la que paraleliza intrínsecamente la terminación Ventisponte con el lugar de Pontón o Puente de Don Gonzalo.



El otro gran teórico del siglo XVIII, López de Cárdenas, “Cura de la villa de Montoro”, en los comentarios que hace de la obra “Antorcha de la Antigüedad” del Lic. Franco, menciona Ventipo en razón al sufijo ipo. Se trata de una referencia indirecta provocada por la alusión a Cedripo, incurriendo en el error de desconocer la mención aVentipo en la obra de Plinio: “la palabra Ippo en composicion es muy frecuente en muchos lugares, que nombre Plinio en la Betica, como son Belippo, y Lacipo..., y en otros que no nombrò Plinio, como Vetippo”(LÓPEZ DE CÁRDENAS, F. J. sin fecha, p. 114).

Con mayor detenimiento y no menos fárrago se extiende el cura montoreño en su obra inédita en la que hace un análisis exhaustivo de numerosos núcleos de población antigua de la Bética (LÓPEZ DE CÁRDENAS, ms. sin fecha). Dentro del capítulo dedicado a Ventipo comienza desautorizando la opinión del P. Flórez quien “parece que los informes que tuvo de esta población, ô no fueron los mas exactos, ô que no cuidò de la mejor averiguación de las cosas de Ventipo”.

Refiriéndose a los hallazgos epigráficos sigue refutando los argumentos de Fórez, evidenciando sus contradicciones puesto que “en el tomo X â el numero 22 reduce la situación de Ventipo â el lugar de la Puente de Dn  Gonzalo â la orilla septentrional del rio Genil que és por haberse hallado cerca de alli la piedra, como porque el nombre Puente parece, que conserva algo del nombre antiguo”, mientras que “en el tomo 2 de Monedas dice, que la situación de Ventipo cuadra â el lugar de Casaliche junto â Estepa, â donde se reduce la población de Ventipo”.

Así pone de manifiesto López de Cárdenas que “la variación de este gravisimo Doctor esta declarando que no tubo los informes necesarios para fijar La situación de Ventipo y por la razon, que da a favor de la Puente de Dn  Gonzalo, se conoce que aquí carecio de aquel tino, que lo condujo â lo cierto, ô verosimil en las cosas obscuras de otros pueblos”.

Demuestra intuición histórica el Cura de Montoro al ubicar de manera esquemática la población de Ventipo “â el medio dia de Atubi, hoi Espejo, y antes de llegar a Munda, junto â Malaga”,  aunque con interpretaciones totalmente desenfocadas al “entender, que estubo junto â el rio Jenil algo mas arriba de la Puente cerca del camino que va desde la villa de Espejo para Antequera y Malaga”.





Y sigue sin advertir Cárdenas la presencia del cerro de la Atalaya, aunque está convencido de que “es preciso buscar vestigios de antigüedad cercanos â el sitio donde se hallò la piedra sepulcral...”, desconociendo la existencia de Vado García.

La base de información del Cura de Montoro fue la relación epistolar que mantuvo con don Pedro de la Roa, presbítero de la Puente de Don Gonzalo, quien le aporta numerosos datos de la arqueología  romana de Puente Genil, que en parte podemos reconocer en la actualidad, como los de la Isla del Obispo (¿) y los de la desembocadura del río de las Quebradas o de las Yeguas.

En su búsqueda de Vetipo menciona Estepa, Carariche y “Mira-genil lugar â la orilla del rio del termino de Estepa inmediato a la puente â la vanda meridional del Genil”.

Por los contactos epistolares con gentes de aquellos lugares llega a tener conocimiento de “argamasones” junto a la desembocadura del río de las yeguas, que probablemente se traten de los restos de estructuras de opus caementicium que aún hemos alcanzado a ver en la actualidad en la cima de la camorra o castillejo de las Quebradas.

Fue una interpretación peregrina que llegó incluso a retorcer el topónimo en una transcripción curiosa del texto latino, aludiendo a la existencia de dos ciudades para encontrar una llamada Ventipo y otra que sería Ventiponte, en clara insinuación a la Puente de don Gonzalo, que no tiene nada que ver con episodios romanos ni muy posteriores, aunque Pérez de Siles y Aguilar y Cano admitiendo la duplicación sitúan en la Villeta de las Mestas (PÉREZ DE SILES, A. y AGUILAR Y CANO, A., 1874, p. 51) en cuyas proximidades existe un puente romano, hoy sumergido bajo las aguas del pantano de Cordobilla y que facilitaba el paso del río Anzur, casi en su desembocadura.

Conoce la inscripción de Vado García pero ignora la existencia de la Atalaya de Casariche, por lo que al insistir en que Ventipo hubo de ser “una población grande, bien fortalecida, escarpada y en monte alto, como lo eran Atubi, Ulia, Astapa, y otras que sabemos fueron teatro de las guerras de los romanos y Cartagineses”, llega mediante esta argumentación a la conclusión no menos curiosa de que Ventipo hubo de estar “una legua mas arriba de la Puente en un monte mui prominente y peñascoso â la orilla Meridional del Genil” en el sitio “que hoy llaman Castillo Anzur, y antiguamente Castil Anzur”, incurriendo incluso en errores de localización del lugar, aunque sigue insistiendo “pues se debe preferir el sitio de Castillo Anzur â otro cualquiera de la comarca para colocar en el â Ventipo, asi por no haber en ella sitio tan ventajoso para población, â excepcion de Estepa...” aunque se previene “mientras no se descubra monumento propriamente  iconografico que decida ultimamente el punto acompañandole de las circunstancias necesarias”.




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Con este ingenuo dibujo sitúa el Cura de Montoro Ventipo en Castillo Anzur


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La Historiografía del siglo XIX deja definitivamente fuera de dudas la ubicación de Ventipo  en la Atalaya, desde la obra de Cean Bermúdez (CEAN BERMÚDEZ, J. A,.1832), los datos de don Emilio Hübner en el C.I.L. (en “Vado García prope Casariche...) y con mayor contundencia en el detenido estudio de los hermanos Oliver sobre Munda (OLIVER Y HURTADO, J. y M., 1862) quienes aunque definitivamente sacan a Ventipo del término de Puente Genil apuntan opiniones interesantes sobre la arqueología local.

En la prospección que realizan sobre los escenarios en que buscaban tanto el episodio de Munda como sus prolegómenos toman contacto con numerosos lugares, alguno de los cuales ya había sido aludido en la obra del Cura de Montoro, presentando como novedad la alusión a la “puente romana” que unía ambas orillas del Genil “hacia el poniente de su confluencia con el rio Anzul”.
Se están refiriendo al puente hoy sumergido bajo las aguas del pantano de Cordobilla que fue, según los Oliver, el camino de paso de los ejércitos de César en dirección a Ventipo. La distancia entre Ipagro (Aguilar) y Ventipo  (la Atalaya) está a una jornada de camino y entre ambas se interpone el Genil que hubo de ser cruzado por dicho puente puesto que “en cinco o seis leguas no se encuentran ni rastros de otro puente antiguo” y además “el Genil no es vadeable , y por fuerza hubieron de pasarlo por un puente, que no puede ser otro que el que hoy ostenta todavía sus ruinas entre Aguilar y Casaliche”.
Por el puente romano, hoy sumergido bajo las aguas del pantano de Cordobilla cruzaron los ejércitos cesaro-pompeyanos camino de Ventipo (según la versión de los hermanos Oliver y Hurtado).
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Dentro de la bibliografía decimonónica la obra de los Srs. Pérez de Siles y Aguilar y Cano marca un jalón interesante en los estudios históricos que tienen como protagonista a Puente Genil. Es una investigación localista y un punto apasionada, propia de una momento tardorromántico, pero  con la suficiente objetividad como para no adjudicar a esta población ruinas heroicas que no le pertenecen.

El estado de la cuestión desde mediados del siglo XIX ha puesto las cosas en su sitio y arrebatado definitivamente la Ventipo del Bellum Hispaniense de las tierras de Puente Genil, pero hasta llegar a ello, los historiadores anteriores han traído y llevado la arqueología del Pontón de don Gonzalo.




Carruca.

Se menciona en el mismo pasaje que Ventipo y tanto en el relato del Bellum Hispaniense como en la narración pliniana, en que aparece bajo la forma de Marruca, parece corresponder a una misma ciudad..

En el primer caso se cita en el texto Insequenti tempore Ventiponenm oppidum cum oppugnare coepisset, deditione facta iter fecit in Carrucam... En el texto de Plinio se incluye entre las ciudades estipendiarias del Conventos Astigitanus.

A pesar de las varias identificaciones que se han hecho, continúa siendo una urbe ignota y, en cualquier caso, su ubicación no tiene nada que ver con las tierras de Puente Genil. Sin embargo no deja de ser curiosa alguna revisión que se ha efectuado a la geografía de la Guerra de Hispania en la que se ha querido identificar en diversos lugares, entre ellos algunos del término de Puente Genil, como El Carril o Los Arroyos (PÉREZ DE SILES, A. y AGUILAR Y CANO, A., 1874, p. 51) y más recientemente, la interpretación que opta nada menos que por Fuente Álamo para asiento de la ciudad (CARUZ, A., 1978).

La ciudad de Oningis en la obra de Plinio.

La “Historia Natural” de Plinio contiene el párrafo 12, particularmente interesante para entender la geografía histórica de la zona del Genil al describir las ciudades del Convento Jurídico Astigitano: Singilis fluvius in Baetim quo dictum est ordine irrumpens, Astigitanam Coloniam...huis conventos sunt...oppida libera... Oningis...

Entre las urbes que menciona, unas ignotas y otras identificadas, se encuentra Oningis cuya localización se ha prestado a numerosas interpretaciones que teóricamente han quedado resueltas con la contundencia que supone la epigrafía. El hallazgo de una lápida, actualmente en el Museo Arqueológico de Puente Genil, en que aparece el locativo ONINGIT(anus) en el cortijo de “la Angula”, término de Casariche, y su estudio (LUZÓN NOGUÉ, J.M. 1968) dio pie a la especulación sobre cuál sería la procedencia del personaje, Marco Cecilio Severo,  enterrado bajo este epígrafe en un lugar sin otro contexto arqueológico y que no parece corresponder con una urbe.

 El análisis macroespacial de la zona de hallazgo trajo una vez más a escena las proximidades de Castillo Anzur y más concretamente el yacimiento de la Villeta de las Mestas (CORZO SÁNCHEZ, R., 1975) como probable ubicación del municipio de Oningis.

El yacimiento de La Villeta, asentamiento romano de base urbana con raíces en el Bronce Final (LÓPEZ PALOMO, L.A. 1983), aunque administrativamente está dentro del término de Aguilar de la Frontera por la prolongación de éste hacia el Sur, ha sido reiterativamente considerado como de Puente Genil, tanto por la opinión pública pontanense como por la historiografía local e incluso en la esfera institucional como es el Museo Arqueológico de Córdoba, depositario de la cabeza de Druso el Joven procedente de este yacimiento, que fue publicada como de Puente Genil (GARCÍA Y BELLIDO, A., 1949, pp. 29-30, lám. 17) y como tal recogida en dicha institución.





El epígrafe de la Angula es el siguiente:

M. CAECILIVS. L. F. SE
VERVS. ANNOR. LV. PIVS IN
SVIS. H. S. E. S. T. T. L. HVIC. ORDO. M. F.
ONINGIT. AN. I. DEC. R. LAVDATIONEM. LO
CUM. SEPULTURAE. FVNERIS. IMPEM
SA. EXEQVIAS. PVBLICA. STATUA

Marco Cecilio Severo, hijo de Lucio (de la tribu Quirina), de cincuenta y cinco años, piadoso para con los suyos (o querido de los suyos), aquí está enterrado. Séate la tierra leve. El Orden (decurional) del Municipio Flavio Oningitano decretó para él  (o en su honor) una oración fúnebre, el lugar de la sepultura, los gastos del funeral, las exequias (y) una estatua pública.








Este epígrafe supone para el profesor Luzón la localización muy aproximada de una de las ciudades de que se tenía noticia a través de la obra de Plinio pero que no había dejado otro rastro de su existencia,

Sin embargo, como él mismo afirma, el lugar del hallazgo carece de vestigios superficiales que denoten la presencia del solar de una urbe desaparecida, con excepción “del emplazamiento (que es) óptimo para una ciudad”.


Lugar de hallazgo del epígrafe de M. Cecilio y su entorno arqueológico (las aportaciones de Luzón y Corzo).



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Por otra parte, el punto de localización de la lápida está próximo a otras urbes de nombre conocido (Astapa, Ostipo, Ventipo, Olaura, etc.), todas las cuales están “muy próximas entre sí y debieron constituir una región de características uniformes”.

El epígrafe ha sido fechado a fines del siglo II o principios del III, aunque los caracteres arqueológicos del entorno arrancan el poblamiento en época protohistórica y una perduración en la Edad Media. La interpretación macroespacial que se ha hecho apunta la posibilidad de que Oningis estuviera en la zona de Castillo Anzur (CORZO, R. 1975), con una ubicación preferente en el “despoblado de las Mestas, dentro de la sierra de Anzur y sobre el Genil”.

Las propuestas de Corzo sobre los acontecimientos de la Segunda Guerra Púnica, en cuyo desarrollo se incluye la batalla de Oningis, suponen una identificación de esta urbe con Orongis y la inclusión del Valle del Genil en el relato de Livio, lo que no es descabellado teniendo en cuenta el asedio de Astapa, situada en las proximidades y relatado en el mismo texto latino.

Supone Corzo que la ocupación de Osuna por los romanos, como campamento de invierno, sólo puede explicarse “tras la expulsión completa de los cartagineses de la zona del Genil”.

En cualquier caso, la presencia de la ciudad romana de la Villeta de las Mestas, hoy sumergida bajo la ciénaga del pantano de cordobilla junto a los restos del puente que mencionan los hermanos Oliver y Hurtado, son datos para una pesquisa sobre la localización de la ciudad de procedencia del Marco Cecilio de la tribu Quirina, enterrado en el cortijo de la Angula.

La bajada de nivel de las aguas del pantano coincidiendo con un período de sequía de principios de los años ochenta puso al descubierto estructuras de hábitat romano, asociadas a pavimentos de mosaico y revestimientos de estuco, que pude fotografiar en aquella ocasión (LÓPEZ PALOMO, L.A. 1994)

La ocupación humana del término de Puente Genil a la luz de la arqueología.

La situación geográfica del término de Puente Genil, en el extremo meridional de la provincia de Córdoba, a escasa distancia de la de Sevilla, con el propio río como límite natural en parte de su recorrido, condiciona la manera de entender la forma de ocupación del territorio que han protagonizado las sociedades desaparecidas que se desplegaron por este macroespacio.

Por una parte, los límites administrativos actuales no coinciden con los repartos territoriales que se han venido produciendo a lo largo de la historia y por otra, la situación de este término, centrado en el Valle del Guadalquivir, le ha configurado como un cruce de caminos entre la Alta y la Baja Andalucía o como zona marginal de algunas culturas de la Pre y Protohistoria, que han desarrollado sus núcleos originarios es espacios más o menos marginales de la periferia del valle central del Genil.

La investigación de campo llevada a cabo en el término de Puente Genil no se ha caracterizado precisamente por su intensidad y menos aún por el desarrollo de excavaciones metódicas. La mayor parte de conocimiento sobre la realidad arqueológica que subyace en la relativamente abundante serie de yacimientos pontanenses se ha venido haciendo tan sólo mediante el análisis de sus contextos superficiales o mediante extrapolación de resultados de excavaciones en áreas cercanas, independientemente de su ubicación administrativa.

Las prospecciones superficiales llevadas a cabo en este término, aunque en algunos casos se han desarrollado con metodología intensiva, o se han centrado en la búsqueda de horizontes muy concretos de la Prehistoria más remota e insertos en estudios territoriales de amplio margen en los que Puente Genil apenas ha aportado más allá de un par de localizaciones (PEREDA, C., JIMÉNEZ, S. y MARTÍNEZ, F., 1990), en algún caso suficientemente conocidas por la bibliografía previa (RUIZ GÓMEZ, A. Mª, 1987 y 1990), o han revestido caracteres de urgencia motivados por obras que han implicado grandes movimientos de tierra en espacios muy concretos de Aguilar-Puente Genil (RUIZ LARA, MªD., 1995) o han considerado global y diacrónicamente todo el término, poniendo sobre el mapa medio centenar de puntos (ESOJO AGUILAR, F., 1990 y 1999), algunos suficientemente conocidos de antemano y otros correspondientes a nuevas aportaciones.




Las identificaciones de sitios con vestigios arqueológicos en el término de Puente Genil se han efectuado en la mayoría de los casos mediante la localización del simple registro cerámico de superficie, por la aparición de hallazgos metálicos casi siempre aportados por búsquedas incontroladas o por expolios de mayor envergadura ocasionados como consecuencia de las labores agrícolas o de grandes movimientos de tierras que en un determinado momento ponen en evidencia un registro mueble más abundante o alguna que otra estructura generalmente dañada o completamente destruida tras una actuación concreta.

Y ésta una situación que, no por generalizada es menos penosa, ha configurado una carta arqueológica provisional y formada a salto de mata que no responde ni con mucho a la realidad de la dispersión humana de las sociedades desaparecidas que poblaron los 170 km2   del término municipal. Y como ejemplo de esta afirmación, el hecho de que la mayor parte de las identificaciones que se han efectuado corresponden a yacimientos romanos de los que se han puesto sobre el mapa poco menos de cuarenta, con algunas áreas de concentración, y sobre los que estamos en condiciones de afirmar se debieron contar por centenares.

Por ello, cuantas apreciaciones se hagan sobre la carta arqueológica de Puente Genil han de ser tomadas con carácter provisional hasta el día que se someta todo el término a una investigación intensiva, que habrá de ser efectuada por un equipo amplio de prospectores. Metodología que no debería demorarse en exceso puesto que los actuales sistemas de explotación agrícola, fundamentalmente del olivar, están haciendo desaparecer los contextos superficiales u ocultándolos bajo una rasante completamente aplanada que facilita la recogida rápida del fruto.


La mansio de Angellas en la red viaria romana.

Entre la documentación histórica que menciona la red viaria romana en la Bética, el Itinerario de Antonio representa una de las referencias fundamentales.

En la descripción de los lugares de parada que incluye este texto se menciona una desviación de la Via Augusta desde Corduba a Antikaria para remontar después hasta Hispalis, que viene a coincidir en el primer tramo bastante con la actual carretera nacional 331 y que se ha interpretado como la necesidad de un enlace entre las dos grandes capitales de sendos conventos jurídicos con la zona del Genil, la Vega de Antequera (ROLDÁN HERVAS, J.M. 1973) y una aproximación a la costa mediterránea. La mayor parte de las mansio que aparecen citadas en esa desviación (Ulia, Ipagro, Ostipo, Ilipa...) están identificadas de antiguo con gran seguridad. Pero hay una, Angellas o Ad Gemellas, que se ha resistido y que ha suscitado interpretaciones en las proximidades de Puente Genil en opinión del Sr. Fernández Guerra que la lleva a la Villeta de las Mestas, lo que ha sido utilizado recurrentemente por la bibliografía local (LOSADA CAMPOS, A. 1975, p. 18) y que la investigación actual descarta de plano (MELCHOR GIL, E., 1995, p. 112).


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