martes, 24 de mayo de 2011

ANOTACIONES A LA CARTA ARQUEOLÓGICA DE PUENTE GENIL. 2 La ciudad de Astapa

La ciudad de Astapa en la obra de Livio y Appiano.

La reivindicación histórica que tradicionalmente se ha venido haciendo de la ciudad de Astapa en tierras de Puente Genil, justifica que se aborde desde un trabajo como el presente el análisis historiográfico que se ha generado en torno a dicha urbe, sin que se pueda dar por resuelta la polémica planteada.

La repercusión que la Segunda Guerra Púnica tuvo en la Turdetania contó como uno de sus episodios más apasionados y apasionantes el asedio y expugnación de Astapa por los romanos.

Allí se manifestó ese espíritu de independencia y libertad de los indígenas hispanos que con mayor énfasis aparece en los relatos de la Antigüedad con motivo de los asedios de Sagunto, Numancia o Calagurris. En  Astapa Roma tomó contacto con la feroz resistencia urbana que el elemento ibérico ofrece como consecuencia de su secular filopunicidad.

Fue el encuentro de la estructura latina enfrentada a una etnia en la que el sustrato púnico latía ancestralmente lo que  provocó el gran impacto bélico que nos relata Livio. La sensibilidad tribal de los turdetanos, alentada por una influencia atávica del mundo fenicio se oponía de una manera natural a la sumisión a la nueva corriente uniformizadora que representaban las legiones romanas que acababan de liquidar en la batalla de Ilipa la influencia del antagonismo cartaginés

Y el acontecimiento más sintomático de esa oposición tuvo lugar en una de las muchas urbes indígenas de la Andalucía protohistórica. La resistencia de Astapa frente a Marcio fue el preludio de la otra resistencia más famosa en la Historiografía latina. La similitud entre el asedio de Astapa y el de Numancia y su diferente tratamiento en las fuentes escritas ha producido perplejidad en parte de la erudición que se ha ocupado del tema, y se ha explicado como consecuencia de la admiración que este pueblo sentía hacia la heroicidad de los pueblos vencidos.

Y ha sido precisamente el impacto que la valentía de los astapenses produjo en la sensibilidad latina lo único que nos ha transmitido el nombre de su ciudad, puesto que ni la epigrafía ni la numismática han proporcionado documento alguno que nos hable de su existencia.

El primer texto latino alusivo a esta urbe lo tenemos en la obra de Livio quien dedica los capítulos XXII y XXIII del libro XXVIII de las Décadas a relatarnos la resitencia de Astapa frente a Marcio:
Marcius superato Baete maní, quem incolae Certim appellant, duas opulentas civitates sine certamine in deditionem accepit. Astapa urbs erat, Carthaginiensium semper partis; neque id tam dignum ira erat, quam quod extra necessitates belli praesipium in Romanos gerebant odium nec urbem aut situ aut munimento tutam abebant...ferrum ignenque in manibus esse...atque haec tamen caedes ad ímpetu hostium iratorum...correpti alii flamma sunt, alii ambusti adflatu vaporis, cum receptus primis urgente ab tergo ingenti turba non esset. Ita Astapa sine praeda militum ferro ignique absumta est...

Appiano de Alejandría, más escueto, se limita a recopilar las informaciones anteriores sin añadir nada nuevo. Traslada al griego las referencias de los escritores y la versión latina de lo referente a Astapa es la siguiente:
Astapa autem oppidum, Carthaginiensium semper partis... describe el asedio y concluye: Marcius, Astapensium virtutem adminiratus, ab aedificiorum excidio abstinere milites iussit.

Estas referencias literarias constituyen un hecho de excepción en la documentación histórica sobre las ciudades antiguas de la campiña sevillano-cordobesa, partiendo de la localización en este ámbito de la ciudad de Astapa. Con excepción de Astigi, capital del  Conventus iuridicus, el resto de las urbes, cuando aparecen citadas en los textos es de manera breve, como referencias generales de todo un entorno geográfico.

En cambio Astapa ha merecido un relato extenso que además tiene como argumento un hecho glorioso que se incardina dentro de las grandes virtudes. Heroísmo, espíritu de independencia, desprecio de la propia vida, rechazo a cuanto suponga un orden nuevo aportado por elementos extraños y la tradicional xenofobia hispánica, que han sido exaltadas por la Historiografía.

Este trasnochado afán por poner de relieve los valores patrios y por otra parte la obsesión por buscar los solares de las urbes famosas de la antigüedad, a veces impulsado por un inconsciente chauvinismo , ha hecho que la ciudad de Astapa sea mencionada en la bibliografía con bastante más detenimiento que sus vecinas coetáneas.

Efectivamente, la investigación que se ha realizado sobre este lugar desde los tiempos de Ambrosio de Morales reviste caracteres excepcionales en comparación con la parca documentación bibliográfica del resto de los topónimos.

Sin llegar al espectacular despliegue de elucubraciones que se han hecho en relación con Munda, la ciudad de Astapa ha sido una de las más ampliamente consideradas por parte de la erudición, de cuantas integraron la geografía antigua de la Bética.

Y el punto fundamental de esta bibliografía ha girado en torno a la discutida identidad Astapa-Ostipo y en consecuencia de la problemática localización de la primera.








Los  dos puntos en conflicto en cuanto a la localización de Astapa,
 según la historiografía.



 
La polémica sobre esta localización ha tenido como sustento básico dos opiniones contrapuestas en orden a la identificación del solar de esta urbe indígena en la localidad de Estepa o en el lugar denominado los Castellares, del término de Puente Genil, aparte de otros criterios menos compartidos.

El momento de iniciación de esta divergencia se sitúa en época renacentista, coincidiendo con la tendencia erudita por los estudios clásicos, en el siglo XVI.

El ilustre cordobés Ambrosio de Morales, que fuera cronista del reinado de Felipe II, se basa en fuentes históricas que  no cabe duda contrastó con la realidad de su época, para aventurar una reducción contundente de la heroica Astapa al lugar que en el siglo XVI era conocido  como “Estepa la Vieja, que está dos leguas apartada de la villa que es agora en la ribera del río Xenil hazia el lugar que llaman la puente o el pontón de Don Gonçalo”.

Es en la obra de Morales (MORALES, 1575) donde encontramos por primera vez una alusión clara y terminante a Astapa, partiendo de una reducción concreta que niega opiniones anteriores, que no cita: “Algunos han querido decir que Plinio  hizo memoria della, y que es el Ostippo, que pone en la jurisdicio de la chancillería de Ecija. Y la vecindad que tiene agora Estepa con esta ciudad, no estando mas de tres leguas della, hazia la parte de Ossuna por donde tendia aquel territorio, ayuda a creer esto”

Niega el cronista el valor toponímico de la semejanza de nombres, que es lo que más se ha usado para la equiparación de Ostipo-Estepa: “sin que aya otra cosa que favorezca esta opinión: pues la semejanza esta tan extrañada en el Ostippo. Esta semejanza del nombre tiene persuadido comúnmente,  que la Astapa de Tito Livio es nuestra Estepa de agora”.

Encuentra poco valor demostrativo para la reducción de Estepa en el dato del paso del Guadalquivir por los ejércitos romanos desde Castulo antes de la sumisión de Astapa (Marcius superato Baete...) “puesto que estando Guadalquivir tan cerca de Castulo, y tan apartada de allí Estepa por mas de veynte leguas, no tiene mucha  fuerza esta razon”.

Y con la intención de acercar la fuerza del relato a su propósito enfatiza las alusiones del texto latino a las características topográficas de la ciudad : nec urbem aut situ aut munimento tutam habebant, y propone como argumentación contraria a la topografía de Estepa y a favor de la morfología de los Castellares el que “algo mas eficaz es dezir Tito Livio, que la ciudad de Astapa no era fuerte en si sitio natural ni estava fortificada por arte. Y tal es el sitio de Estepa la vieja, que esta dos leguas apartada de la villa, que es agora, en la ribera del rio Xenil hacia el lugar que llaman la puente o el ponton de don Gonzalo”.

El topónimo “Estepa la vieja” que nos transmite Morales, corresponde al lugar que en la actualidad se conoce con el nombre de “Los Castellares” de Puente Genil, y así es como ha seguido apareciendo en la bibliografía posterior.

Morales justifica la inclusión aquí de la Astapa de Livio en razón de los vestigios arqueológicos que se ofrecían en su época y de acuerdo con la topografía del lugar, que es evidente conoció de visu,  donde “aparecen rastros de antigüedad, y el sitio es llano, y bien conforme a lo que Tito Livio del representa” y niega netamente la otra atribución puesto que “esso no es la villa de Estepa que agora vemos, sino bien alta y enriscada, sin que se entienda, quando se despoblo y destruyo la otra para pasarse a esta: pues claramente dize Tito Livio, como agora no fue destryda”.

Persudido el cronista de su hallazgo yerra al decir que “solo se ve claro, como la Estepa de agora es cosa nueva, sin señal de aver sido población antigua” y justifica el hallazgo de objetos antiguos en esta ciudad “porque las piedras escritas y esculpturas, que alli vemos :sabese que fueron traydas del otro sitio antiguo, y de aquellos campos de por alli”.

Con estas argumentaciones, ciertamente no demasiado demostrativas, el humanista cordobés sentó las bases para una de las reducciones de ciudades antiguas que más discusión han planteado en la Geografía de la Bética, extrañandose de “como no ay mencion de ella (Astapa) en ninguno de los cosmographos antiguos” (MORALES, 1575, folio 81 vuelto).

Pero si el peso de la demostración no fue excesivamente contundente y además no se revistió de ningún dato positivo y de irrevocable peso, como hubiera sido la presencia de epígrafes o monedas, la extraordinaria entidad del yacimiento de “Estepa la vieja” y el peso de una tradición fosilizada fueron determinantes para que la erudición posterior acogiera con cierto calor las teorías del cronista de Felipe II y sus razonamientos encontraron eco en la literatura histórica coetánea y posterior.

Con ello se sientan las bases de una corriente de opinión que tiende a trasladar al yacimiento pontanense las ruinas de la heroica ciudad.

La obra del Padre Mariana, el jesuita que fuera llamado el “Tito Livio de los españoles”, se hace eco de la misma opinión e, impresionado por el holocausto de los astapenses, sitúa las ruinas de la ciudad en “la Ribera del Rio Xenil, no lejos de la ciudad de Ecija, y de la de Antequera”. Ausencia de precisión que, no obstante, puede entenderse como la localización ya apuntada en “Estepa la Vieja”, volviendo a especular con idéntica hipótesis de la fundación de Estepa por un traslado de los despojos de la destruida urbe: “de Astapa se cree averse fundado Estepa, pueblo conforme en el apellido, y distante de aquellas ruinas una legua solamente” (MARIANA, 1601, II/XXIII).

En esta misma línea está opinión de Juan Fernández Franco, cuya obra nos es conocida  a través de los comentarios que le hace el Cura de Montoro (LÓPEZ DE CÁRDENAS, J.J., sin fechar).

El Licenciado Franco se inclina claramente por la misma identificación que Ambrosio de Morales. Sin embargo en las anotaciones que introduce su comentarista en el texto “Antorcha de la Atigüedad” se aprecian contradicciones que contrastan con la claridad de que normalmente hace gala este autor.

Así en el capítulo VII “De las antigüedades de Estepa”,  después de la relación de ciudades del Convento Astigitano, al referirse a Ostipo se limita a dedir Franco que “no hay duda, sino que Estepa es la que nombra Plinio Ostipo: pues el mismo nombre la denota”. Y por su cuenta observa López de Cárdenas que “El Licenciado Franco quiere, que la Estepa de hoy sea la Ostipo de Plinio, y la Astapa de Tito Livio sin mas inductivo que el vestigio de su nombre”.

Estas observaciones suponen una clara distracción del Cura de Montoro, que no se sabe de dónde saca estas conclusiones sobre las que continúa insistiendo: “El Padre Maestro Florez...conviene con Franco en que Ostipo fue Astapa, y ambos Estepa”.

En este juego de palabras parece encerrarse una contradicción del clérigo montoreño puesto que a continuación añade que “no conviene en la topografía de la antigua, reduciendola à el sitio actual, que Franco con Morales reduce a la orilla de el Genil poco mas abaxo de la Puente de Don Gonzalo en la vanda contraria, ò à el medio dia”.Y volviendo sobre sus fueron continúa empleando la misma argumentación, haciendo cada vez más oscuro el texto, insistiendo :”Con todo, yo no me atrevo a subscribir con el Padre Florez y con Franco à que Ostipo y Astapa sean una misma cosa, ni menos à que la actual Estepa fuese la antigua Astapa”.

Con toda esta verborrea intenta en cura de Montoro rectificar una opinión de Fernández Franco que no vemos por ningún sitio del texto que él mismo comenta. Recurre a la topografía que se desprende del relato de Livio: “nec urbem aut situ, aut munimento tutam habebant” para negar una vez más la identidad de Astapa-Ostipo, desautorizando la opinión del Padre Flórez y parece ser que de Franco: “En este concepto es necesario remover à Astapa de Ostipo, reconociendo la diversidad de estas dos poblaciones antiguas”.




Y resulta más inverosímil esta obstinación de López de Cárdenas en desmentir una afirmación que en ningún momento fue hecha por Fernández Franco, quien en el siguiente capítulo del texto dice claramente que el sitio de Astapa “lo entiendo mejor dos leguas de Estepa en el llano y cerca de el Rio Genil, media legua mas abaxo de la Puente de Don Gonzalo y cerca de las aceñas, que dicen de el Alcaide”.

Es incluso más elocuente en la descripción del lugar que conoció directamente y alude a la existencia todavía en su época de restos de fortificaición, “los cuadros de las torres, y los muros, que muy bien todavía se conocen”.

Y esta circunstancia de la existencia de murallas no fue sin embargo suficientemente ponderada en el siglo XVI cuya erudición se obstinó en resaltar que la ciudad de Astapa estaba en sitio llano y sin defensas (aut situ aut munimento), lo que hubiera resultado de más difícil explicación el acomodar esta población a un emplazamiento amurallado.

Después de esta localización monta Fernández Franco una hipótesis sobre el destino de los astapenses que, tras la destrucción de su ciudad se pasarían “a este sitio fuerte, en que agora se halla la Villa de Estepa”.

Probablemente sea ésta la causa por la que el Cura de Montoro atribuye a este autor la identificación de Astapa con Ostipo y, por tanto, con Estepa, entendiendo por ciudad no sólo lo que constituye el recinto urbano sino más bien lo que integra su masa poblacional.

En la anotación XXV que introduce López de Cárdenas, aclaratoria del texto de Franco, desmiente esta transposición de gentes de un lugar a otro y advierte que los epígrafes hallados en Estepa deben pertenecer a la antigua Ostipo, que no tendría nada que ver con Astapa “porque estando allí Ostipo Pueblo conocido, y distinguido de los Romanos, no hay razon, para atribuir a otra población las piedras que tiene en posesión de tiempo inmemorial”, y niega una vez más el traslado de población “porque haviendo sido Astapa destruida, y muertas todas sus gentes à el cuchillo, y à el fuego en la entrada de los Romanos en la Betica, no hay motivo para decir, que se trasladò à la otra parte un pueblo aniquilado”.



En definitiva, el Cura de Montoro, aun discrepando en lo accesorio, acepta lo fundamental de la reducción hecha por Franco y Ambrosio de Morales e incluso advierte de la antigüedad de la localidad de Estepa, que pasó inadvertida a este último, añadiendo por otra parte claros elementos de identificación de las ruinas de Astapa: “á la vanda Meridional de el Singilis (hoy Genil) media legua mas abaxo de la Puente de Don Gonzalo, y de el lugar de Miragenil”.

Gran prospector este arqueólogo del XVIII, actualiza los datos topográficos aportados por Franco con alusiones de su observación directa: “Las aceñas del Acayde no existen hoy, y están por alli las Huertas que denominan de San Juan”, topónimo éste que se conserva en la actualidad.

El hecho que sensibilizó a la historiografía española desde el Renacimiento fue sin duda el asedio y la heroica resistencia hispánica frente al elemento invasor, y esto se encuentra suficientemente elocuente en el relato sobre Astapa. De ahí el que toda la erudición posterior repitiera una y otra vez la narración de esta hazaña y mostrara su extrañeza en que el heroísmo astapense no haya sido exaltado a la altura de Sagunto o Numancia.

De esta forma vemos cómo se monta una hipótesis sin excesiva apoyatura, basada en una especulación que hace fortuna. Las “ruinas de Astapa”, después de las  observaciones de Morales y Fernández Franco han sido colocadas, aunque no de forma unánime, en el yacimiento de “Los Castellares” o “Estepa la Vieja”, como podrían haberse ubicado en algún otro de los yacimientos próximos de caracteres similares.

Sin embargo no todos los textos que `poseemos del XVIII son igualmente tajantes en la descripción de esta ciudad. El P. Enrique Flórez, a pesar de las argumentaciones de López de Cárdenas, se mantiene mucho más cauto en sus opiniones. Saca a colación la hipótesis de Harduino “quien quiere  que Ostipo sea la Astapa de Livio y Apiano”, Menciona el estudio de Wefeling sobre el Itinerario de Antonino para indicar que no se muestra partidario de la identidad de Astapa-Ostipo, aunque tampoco “da razon en contra”. No acepta Flórez una postura demasiado resuelta en cuanto a esta equivalencia de ciudades o la distinción de ambas, aunque se muestra más inclinado hacia lo primero “pues mientras un mismo autor no mencione los dos nombres, se puede deducir la variedad de los copiantes”  (FLOREZ, E. X/78).



En definitiva, se observa en este autor una actitud prudente que no incurre en  identificaciones terminantes pero que parte del dato inequívoco de que Astapa estaba en la Bética “pues para ir à ella desde Iliturgi, y Castulo era preciso pasar aquel rio”  (se refiere al Betis).

La fecunda producción que el espíritu crítico de los intelectuales del siglo XVIII determinó, se materializa en una relación relativamente extensa en la que las alusiones a Astapa son frecuentes, con desigual atención en su contenido, tanto en obras publicadas como en manuscritos inéditos.

Así, además de en los libros de López de Cárdenas, Mariana y Flórez, encontramos alguna cita más o menos incidental en el libro del P. Ruano sobre Córdoba. No se complica mucho este autor en la polémica sobre la localización de la ciudad, a la que considera en Estepa sin mayores averiguaciones. La paraleliza con otras urbes heroicas en cuanto a sus murallas y dice someramente que “Notorias son también las defensas de Estepa, Ulia, Ategua y Córdoba contra los ejercitos de Marcio, Pompeyo y Cesar”  (RUANO, P.  Ms. 1760).

Bastante más elocuente se muestra el P. Alejandro del Barco en su manuscrito sobre Estepa. Conforme con la identificación de Astapa en el despoblado de “Estepa la Vieja”, “cerca del Rio Singilis (hoy Genil) dos leguas distante de la actual Estepa”. Acepta por tanto la primera reducción hecha por Ambrosio de Morales, a quien no menciona, y por Fernández Franco contra quien se lanza, al igual que hiciera el Cura de Montoro, en una negación absoluta de la supuesta traslación de la población astapense superviviente al “sitio mas fuerte y ventajoso, y con el nombre de Ostipo”. Disiente asimismo de la opinión de Flórez en su “España Sagrada” y quiere advertir una “retractación paliada” en la obra de este mismo autor sobre las “Medallas de España” en la que presupone también  la aludida reedificación “por ser el campo fértil, cerca del río Genil y confinante con el de Ventipo” (BARCO, A. del, 1994, p. 43.  En la edición actual se comprueba la exactitud, en la recogida del texto manuscrito en 1788 efectuada por Aguilar y Cano).

Existe pues una polarización clara entre los eruditos del siglo XVIII acerca de la localización de Astapa. Es casi unánime la opinión de situarla en el lugar conocido como “Estepa la Vieja” y que hoy conocemos con el nombre de “Los Castellares”.

Sin embargo, pese a la reiteración dieciochesca por diferenciar la Astapa de Livio de la Ostipo de Plinio no se consigue un acuerdo posterior, incluso se llega a curiosas interpretaciones como la de Ponz en su recorrido por España en que no se aclara situando en un momento la ciudad en Estepa, mientras que en otro desmiente a toda la historiografía anterior para afirmar que “no me parece que Astapa la que se ha tenido por tal, y ahora llaman Estepa...sino este pueblo de Estepona... y no fue la Astapa que han creído con Morales otros célebres anticuarios”  (PONZ, A., 1792, T. XVII, pp. 192 y ss).

En el siglo XIX, la recopilación de Cean Bermúdez mantiene la dualidad y deja Astapa “en la orilla meridional del Genil, hacia la villa de la Puente de Don Gonzalo” (CEAN BERMÚDEZ,  J. A., 1832, pp. 309-310),  incurriendo en la misma conjetura del traslado de población .

Y hacia la misma identificación con Los Castellares se orienta el documentado estudio de los hermanos Oliver que dan por sentada dicha reducción al referirse al “punto más elevado de los alrededores (que) es el de Estepa la Vieja, donde yacen tendidas las ruinas de la antigua y memorable Astapa”  (OLIVER Y HURTADO, J. y M., 1861, p. 276).

Es toda una corriente de opinión generalizada a lo largo de tres siglos de interpretaciones que, aunque no de forma unánime, tiene una tendencia clara a considerar el famoso yacimiento pontanés como las ruinas de la Astapa ibérica, de filopunicidad hasta sus últimas consecuencias.

Toda esta tradición historiográfica es recogida de forma magistral por los investigadores locales don Agustín Pérez de Siles y don Antonio Aguilar y Cano, quienes generan una bibliografía en la que hay que destacar la monografía de este último (AGUILAR Y CANO, A, 1899), de donde proceden en parte los datos anteriores, que consigue convencer a muchos sobre una cuestión que no considero aún resuelta, hasta el punto de que en las viejas ediciones del Mapa Topográfico Nacional no aparezca en nombre de Castellares y sí precisamente el de “Ruinas de Astapa”




De tal forma, que hay un antes y un después de la obra del historiador de Puente Genil, y de otras poblaciones en las que ejerció su actividad de Notario (Estepa, Campillos y Málaga), que debe sintetizarse en una versión pontanensa para el escenario del episodio de los astapenses y otra versión estepeña que es la que tiene mayor unanimidad en las grandes síntesis contemporáneas sobre las que no vamos a extendernos (LÓPEZ PALOMO, L.A. 1996), con independencia de otras versiones que rompen el esquema, como la de Corzo que se lleva la ciudad nada menos que a Sierra Morena o a la Meseta (CORZO SÁNCHEZ, R., 1975).

***

La obra de Aguilar y Cano sobre Astapa  supone el mayor alegato a favor de la identificación de una urbe antigua, partiendo de un análisis de los textos históricos, historiográficos y de la información arqueológica que no por riguroso deja de ser un tanto acomodaticio y quizás apriorístico. Las insistencias de Aguilar y Cano, basadas en argumentaciones bien montadas, consiguieron convencer a la opinión pública aunque no a la historiografía posterior (Schulten, Roldán, Tovar, etc). Y entre esa opinión, curiosamente una gran parte de la población culta de Estepa.

Es sin duda esta ciudad ibérica, en a que latía secularmente un sentimiento filopúnico,  la que se lleva la palma en la interpretación historiográfica de la geografía antigua de las tierras de Puente Genil. Aliada de los cartagineses, su resistencia frente a los romanos en la conquista del Valle del Guadalquivir queda reflejada en la obra de Livio con los caracteres épicos muy del gusto de la historiografía romántica. Sus habitantes levantan una pira en la plaza pública y allí se arrojan junto a sus enseres, pereciendo ferro ignique (por hiero y el fuego), lo que ha dado pie a la interpretación histórica actual (MALUQUER, J. Hª. Esp. M. Pidal....) para deducir la existencia de espacios públicos en las poblaciones turdetanas y por consiguiente considerarlas como ciudades sensu stricto.



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