jueves, 19 de mayo de 2011

1. ANOTACIONES A LA CARTA ARQUEOLÓGICA DE PUENTE GENIL. Introducción


       ANOTACIONES A LA CARTA ARQUEOLÓGICA DEL TÉRMINO MUNICIPAL DE PUENTE GENIL
                                                                                                                                                         
Luis Alberto López Palomo


Introducción.



El grado de investigación arqueológica llevado a cabo en el término municipal de Puente Genil ha permitido situar sobre el mapa una serie de lugares sobre los que se ha venido especulando una y otra vez, en bibliografía de muy diversa índole, acerca de los horizontes históricos que con más evidencia deben estar representados en dichos lugares, generalmente a través de sus contextos superficiales.

Con muy escasas excepciones (Castellares, Fuente Álamo, La Mina, Cerro Baranas, proximidades de Cordobilla, Castillo Anzur y poco más) dichos contextos se refieren en exclusiva a material mueble, cerámica en los casos más frecuentes y los reiterativos hallazgos metálicos que los buscadores incontrolados han venido aportando abrumadoramente durante las tres últimas décadas, acompañados de una información sobre su procedencia que hay que tomar con reservas.

Las excepciones anteriores, en cambio, presentan o han presentado a lo largo del tiempo la evidencia de contar con estructuras arquitectónicas emergentes que describen una secuencia que abarca desde la Protohistoria a la Edad Media. Estructuras que, como en el caso de Fuente Álamo han sido tema recurrente a la hora de explicar la presencia romana en la zona y que, como es el caso de los Castellares, se han convertido en protagonista inevitable de cuantos estudios se han planteado sobre historia local o Castillo Anzur que ha inspirado la heráldica municipal y ha sido traído y llevado tanto en la historiografía local como en estudios de más amplio margen.

Sin incurrir en excesivos maximalismos, se puede afirmar que en lo referente a investigación arqueológica de las tierras de Puente Genil está casi todo por hacer. Lo cual no es excepcional en el panorama general de la comarca.


 Las reflexiones recientes (LÓPEZ PALOMO, L. A. 2002 y 2004) ponen el acento sobre esta realidad que, a la hora de redactar el presente documento no ha cambiado.

Esta afirmación no excluye alguna investigación muy concreta en yacimientos clave del término (Fuente Álamo y Castillo Anzur) que han provocado la curiosidad de propios y ajenos y que en fechas recientes han experimentado actuaciones de mayor rigor científico que el resto de la nómina.

La curiosidad histórica por la arqueología pontanense no es cosa de última hora. Incluso es probable que no sean los momentos presentes los de mayor efervescencia, aunque no cabe duda que es en la actualidad cuando existe un posicionamiento más decidido por parte de las administraciones respecto a la conservación del patrimonio local,  lo que tampoco ha impedido el que en fechas recientes se haya descontrolado bastante la cuestión y no se hayan evitado agresiones importantes al patrimonio arqueológico. Y, como ejemplos que surgen de inmediato, los ataques por parte de incontrolados al yacimiento del cerro de las Gaseosas o el destrozo del asentamiento calcolítico de la Fuente del Lobo del que únicamente nos han llegado informaciones orales y los materiales que ha conseguido recuperar el Museo Municipal, a los que me refiero más adelante.

A impulsos de hallazgos de desigual entidad o de la inquietud histórica de eruditos locales y/o nacionales la arqueología del Pontón de don Gonzalo, primero, y de Puente Genil, después, ha estado presente en la obra de estudiosos desde el Renacimiento a la Ilustración. Y desde la segunda mitad del siglo XIX, inspirada en un ambiente no exento de un cierto romanticismo trasnochado, se genera una corriente de opinión por parte de una élite intelectual de ámbito local aunque conectada con los grandes centros de la cultura nacional que pone sobre el papel una realidad de la arqueología pontanense que, al cabo de más de un siglo, sigue siendo válida en lo tangible aunque sea necesaria una revisión a sus planteamientos epistemológicos de entonces.




Un pequeño grupo de la burguesía culta pontanense bajo el estímulo de individualidades como don Agustín Pérez de Siles y don Antonio Aguilar y Cano genera una corriente de opinión en la que encontramos otros nombres como don Antonio Morales, don José Carvajal, don Manuel Pérez de Siles y probablemente alguno más que mantuvieron propuestas sobre la arqueología local que encontraron mejor acogida en instituciones centrales que en los organismos provinciales.

Pérez de Siles y Aguilar y Cano representan para Puente Genil, como lo fue Valverde y Perales para Baena, una aportación valiosa al conocimiento de la historia local con carácter diacrónico aunque con un marcado acento hacia los temas de la arqueología y la Historia Antigua. La obra escrita de estos estudiosos (PÉREZ DE SILES, A. y AGUILAR Y CANO, A., 1874, reed. 1984, AGUILAR Y CANO, A. 1899, reed. 1985) se basa en un estudio riguroso, aunque en algunos aspectos acomodaticio, de las fuentes históricas y en los yacimientos arqueológicos más significativos del término de los que Fuente Álamo y Castellares constituyen tema preferencial de la arqueología pontanense, al igual que en la actualidad.

En el primero de ellos llegaron a excavar, poniendo al descubierto una serie de mosaicos de los que trasladaron información y dibujos a la Real Academia de la Historia de la que fueron miembros. Mosaicos que quedaron al descubierto y fueron degradándose poco a poco, algunos de cuyos restos hemos alcanzado a ver quienes nos hemos acercado a estos temas hace más de tres décadas.

Los Castellares fueron objeto de un estudio monográfico por parte de Aguilar y Cano que recoge el estado de la cuestión hasta su época (AGUILAR Y CANO, A, 1899)  con un análisis amplio de las fuentes, de la geografía histórica del lugar y de los restos que aún permanecían emergentes a mediados del siglo XIX o sobre los que pervivía un recuerdo en grabados, alusiones de eruditos locales, literatura epistolar o simplemente en la memoria colectiva.

Con este estudio se empeña Aguilar y Cano en traer a tierras de Puente Genil las ruinas de una ciudad como Astapa, que se menciona en la obra de Livio en relación con los acontecimientos de la Segunda Guerra Púnica y que se recoge en la historiografía con el calificativo de “heroica”, a la altura de Sagunto, Numancia o Calagurris, y en su obra late la sensación del agravio comparativo que supone el no haber tenido en la historia nacional la misma resonancia que las anteriores. La obra de este historiador, como la mayoría de la de sus coetáneos locales, exhala el aroma romántico de hacer entroncar a su tierra natal con las urbes que han escrito su nombre en el libro de la historia.

La preocupación de aquella élite local decimonónica por la valoración de lo próximo les llevó a abrigar la pretensión de constituir en Puente Genil una Sociedad Arqueológica con reconocimiento oficial. Los señores Pérez de Siles y Aguilar y Cano mantuvieron una correspondencia fluida con la Real Academia de la Historia a la que informaban regularmente sobre los hallazgos que se producían en las tierras de Puente Genil, de los que nos han llegado algunos dibujos de mosaicos y registro mueble que han desaparecido.

La aportación de esta erudición local al conocimiento de la carta arqueológica de Puente Genil se tradujo en una relación de yacimientos descubiertos por ellos mismos o trascendidos de una bibliografía previa con una toponimia que en algunos casos se sigue manteniendo y en otros ha pasado al olvido. Nombres como Molino de Castillo Anzur, Los Arroyos, La Pimentada, Las Mestas, El Chato, Fuente de los Peces, Hacienda de San Cayetano, La Rentilla, Fuente Álamo, Castellares y algunos más son el reflejo de una realidad arqueológica sobre la que prácticamente no se ha perdido la memoria y que por su secular conocimiento evidencia la escasísima investigación de campo que se ha realizado en el término.

Con esta base, el grupo de la burguesía  preocupado por la historia local abrigó la esperanza de constituir en Puente Genil la aludida Sociedad Arqueológica que la Real Academia de la Historia recondujo hacia la constitución de una Subcomisión de Monumentos, similar a la que existía en Mérida (MAIER, J. y SALAS, J. 2000, p. 25), lo que no dejó de ser una pretensión sin precedentes ni consecuentes en la política cultural de Puente Genil que reflejaba una inquietud por el patrimonio local que contó con el apoyo de las instituciones de ámbito nacional y que al final se resolvió con un litigio entre Puente Genil y Córdoba.


Pretensión que, a pesar de lo desproporcionado en comparación con lo que ocurría simultáneamente en localidades con un patrimonio arqueológico similar, estuvo a punto de cuajar dada la aquiescencia de la Comisión Mixta Organizadora de las Provinciales de Monumentos que se expresaba en el sentido de que “La Comisión mixta de reglamento y atribuciones de las comisiones provinciales de monumentos históricos y artísticos, en cumplimiento del acuerdo de esta Real Academia  tiene la honra de informar acerca de la creación de una comisión especial en la villa de Puente Genil, provincia de Córdoba, con vistas de las comunicaciones que han mediado sobre este presente, 1º que se juzga respetable y hasta cierto moralmente obligatorio el compromiso contraído por esta R. Academia con su individuo correspondiente y demás personas de la mencionada población a quienes  se trasmitió el acuerdo de nuestra Corporación por el que se les indica la conveniencia de sustituir el pensamiento que habían sometido á la aprobación de esta Real Academia, de establecer una Sociedad Arqueológica en aquella villa por el de constituir en ella una subcomisión semejante a la que se había organizado en Mérida…”  (Documentación R.A.H.: CACO/9/7951/40(4))

Al final el proyecto no cuajó por el informe negativo de la Comisión Provincial que manifestó que “varios vecinos de la villa de Puente Genil proyectan formar una asociación con objeto de practicar excavaciones y formar un pequeño Museo arqueológico: y por más que este pensamiento tenga la ventaja de acrecentar algún tanto la afición de las antigüedades tiene también inconvenientes tales, que exceden  á dichas ventajas.- Esta Comisión cree que la asociación que se proyecta en Puente Genil no deberá contar con la aprobación, ni mucho menos con la protección de la Real Academia de la Historia 1º por que previéndose en el Reglamento de las Comisiones que habrá una de estas en cada provincia, sería antirreglamentaria la existencia de dos.- 2º por que la existencia de dos Comisiones, cada cual trabajando para su localidad, haría irrealizable lo que con tanto acierto se previene en las disposiciones generales de dicho Reglamento.- 3º por que si hubiesen varias Comisiones en una Provincia ya no sería ninguna de ellas Provincial, sino todas de distrito.- 4º por que no teniendo Puente Genil razón alguna especial que justifique su proyecto, se despertarían iguales deseos en otros pueblos de la Provincia.- Y últimamente que no parece se debe esperar de aquella asociación estabilidad, por que , según tiene entendido esta Comisión , todo ello es una llamada de entusiasmo ocasionada por los brillantes resultados obtenidos recientemente por esta Comisión en la villa de Fuente Tojar.- En vista de todo lo cual esta Comisión acordó en su sesión extraordinaria de 17 del actual, suplicar á ese centro desestime, como inconveniente, la petición que probablemente se le hará en el referido concepto”  (Documentación R.A.H. CACO/9/7951/40 (1).

Pero ahí quedó para siempre la singular pretensión de la población culta de Puente Genil a mediados del siglo XIX que, como puede advertirse, dio al traste por una infravaloración o por un juego de intereses de la Comisión Provincial.

Las inquietudes arqueológicas de la villa, que se materializaron en una literatura decimonónica local, contribuyeron al conocimiento de la carta arqueológica de Puente Genil, aunque no es menos cierto que contaron con una base de conocimiento en los historiadores anteriores, con un punto de partida en la obra de Ambrosio de Morales en el siglo XVI (MORALES, A, 1575), un desarrollo notable en obras éditas e inéditas durante el siglo XVIII (LÓPEZ DE CÁRDENAS, FLÓREZ, MARIANA, RUANO, y otros) más alguna aportación indirecta de historiadores de ámbito nacional de la primera mitad del siglo XIX (CEAN BERMÚDEZ, J.A. 1832) o más o menos coetáneos de los eruditos pontanenses y que aluden a yacimientos locales (OLIVER Y HURTADO, J. Y M., 1866, p. 45).

Quizás el afán de exaltación de la tierra natal suscitara en los historiadores de Puente Genil un sentimiento de agravio del destino al comparar las viejas raíces de poblaciones cercanas (Estepa, Aguilar, Montilla, etc) con la corta historia de la villa, que no va más allá del siglo XIII, y ello en estrecha dependencia con la Casa de Aguilar.

 Quizás por eso se obstinaran en buscar en el término orígenes más remotos, en un momento en que el Pontón de don Gonzalo se había fusionado con Miragenil para constituir la villa actual que desde mediados del siglo XIX inicia un proceso de desarrollo con el paso del ferrocarril, la instalación de la luz eléctrica y la creciente industrialización que acentúan unos rasgos de progreso y un contraste con los pueblos más ruralizados del entorno. En definitiva, estaban seguros del futuro pero había que buscar el pasado.

Y esa búsqueda  se va a centrar, como la mayor parte de la historiografía local de la época, en la identificación de algunos de los yacimientos más significativos con ciudades antiguas desaparecidas o más o menos ignotas cuyo recuerdo ha pervivido en los textos de los historiadores latinos o en la epigrafía.



Las bases históricas de estas identificaciones se incardinan en los grandes acontecimientos de la antigüedad, en las descripciones de la geografía antigua o en la red viaria que Roma trazó en la provincia Betica. De suerte que irrumpen con sospecha sobre su localización en tierras pontanensas urbes como Astapa, Ventipo, Carruca, Angellas y Oningis,  generando una polémica histórica que pervive hasta la actualidad y que en estricta valoración del problema aún no ha sido resuelta.

Sin pretender tomar posiciones personales sobre esta polémica ni sobre las fuentes de inspiración de la misma es necesario reconocer al menos que ha sido Astapa la que ha revestido mayor protagonismo desde los tiempos de Ambrosio de Morales que fue quien decidió traerla a Puente Genil, concretamente a los Castellares, como argumentaré ampliamente (una gran parte de la información bibliográfica antigua que se analiza a continuación procede de la selección de textos que Aguilar y Cano incluye en su monografía sobre Astapa) .

Seguiré la discusión historiográfica sobre las urbes antiguas que hipotéticamente se han situado en tierras de Puente Genil, en el mismo orden en que se produjo el proceso histórico.





 

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